Hablemos bendición

Encuentro repetidamente en la Biblia la importancia de que las hijas de Dios hablemos bendición para que nuestras palabras agraden a Dios.

Esto significa que nos toca cuidar que todo lo que salga de nuestra boca sea correcto y oportuno.

Yo no crecí con el hábito de hablar palabras de bendición. Por eso me ha costado mucho crecer en esta área tan importante de mi vida (y me sigue costando).

¿Cómo y porqué hablar bendición?

Esto es lo que dice la Biblia:

«Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene». Proverbios 25:11

¿Cuál será la palabra dicha como conviene? Revisando otras versiones bíblicas, entendí que se trata de hablar las palabras adecuadas en el momento oportuno.

Claro que a mí se me caía el mundo encima, por no saber cómo hacerlo. Afortunadamente, tenemos un Dios que siempre está dispuesto para ayudarnos en nuestras necesidades.

Hablemos bendición correcta y oportuna

Nunca estaremos fuera de lugar con lo que hablamos si nos enfocamos en la Palabra de Dios. Ella siempre será la palabra correcta y oportuna.

Hablemos bendición con las palabras que vengan del corazón de Dios: siempre serán las adecuadas.

Dos formas sencillas que empecé a aplicar para que mis palabras sean valiosas y poderosas:

1.- Pidamos sabiduría a Dios para saber hablar lo que conviene y cuando conviene. «Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y Él se la dará» (Santiago 1:5).

2.- Lee la Biblia, porque la Palabra de Dios es ‘más dulce que la miel’ (Salmo 119:103).

Oramos:

«Señor, te doy gracias por tu palabra que me instruye. Desde hoy cancelo de mi boca toda palabra inconveniente que destruya o lastime.

Te pido que me des sabiduría y que me reveles tu corazón mediante las Escrituras. Ayúdame a hablar tus palabras para traer aliento a los cansados y desanimados. Úsame para tu gloria. En el nombre de Jesús. Amén.» 

Seamos personas que no callen la bendición; que digamos palabras de edificación, ánimo, amor, sanidad, fortaleza y aliento para los que nos rodean.

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Que Dios te llene de su preciosa sabiduría, tu amiga,

Lidia E. Cames

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